11 años de Cine 9009 en línea.

El próximo 19 de febrero de 2017, Cine 9009 cumplirá once años en línea. Sí, jodíos, cuéntenlos, once en total desde su inauguración en el ya lejano 2006. Y para celebrar, estamos embarcados en una minimaratón de posteos. De manera que entre el domingo 12 y el domingo 19 del febrero que ya mencionamos, habrá un posteo nuevo con una peli nueva cada día, en donde aprovecharemos de repasar algunas que vimos en el cine, y que por un motivo u otro no acabaron publicadas en su día. Y a no quejarse de que llegó demasiado tarde, que ya no las podemos ver en el cine y otras cosas. También está el cable, el streaming, los DVDs para los cuatro gatos que todavía los compran, y... er... well... medios menos legales para conseguírselas. Además, si fuera por eso, no habría posteado pelis de cine mudo que se estrenaron hace sus buenos 90 o 100 años atrás. De manera que... disfruten, y saludos para todo el mundo (eeeeeexcepto para ese perejil de allá... sí, tú, a tí te hablo... el de la IP chistosa... te reconozco, eres el imbécil que no apagó el smartphone el otro día en el cine. Cretino. Pero para el resto, saludos).

domingo, 2 de diciembre de 2007

"Stardust" (2007).


-- "Stardust". Estados Unidos / Inglaterra. Año 2007.
-- Dirección: Matthew Vaughn.
-- Actuación: Charlie Cox, Claire Danes, Michelle Pfeiffer, Robert De Niro, Ricky Gervais, Sienna Miller, Henry Cavill, Peter O'Toole, Sarah Alexander, Ian McKellen (voz como Narrador), Jason Fleming, Rupert Everett, Mark Heap.
-- Guión: Jane Goldman y Matthew Vaughn, basados en la novela de Neil Gaiman.
-- Banda Sonora: Ilan Eshkeri.

-- "Stardust" en IMDb.
-- "Stardust" en la Wikipedia en inglés.

¿DE QUÉ SE TRATA?

Hace 150 años atrás (supongo que para 2050 corregirán el audio y pondrán "hace 200 años atrás"...), un campesino inglés al que no le viene eso de "un lugar para cada hombre, y cada hombre en su lugar", decide saltar el Muro. ¡Gran cosa, dirán ustedes, caros míos! Un muro lo salta cualquiera... Pues, bien... No ESTE muro. El Muro divide a la Inglaterra de los victorianos eminentes, de un sitio lleno de magia y misterio al otro lado... En el cual nuestro bonito joven termina siendo regalado con una flor, seducido... Y cuando regresa, nueve meses después, se encuentra con que le envían un paquetito. Pasan los años, y el paquetito ha crecido hasta convertirse en un joven hecho y derecho, como el alfeizar de una puerta, que ahora anda enredado detrás de las telarañas sentimentales de una coqueta casquivana (todos pasamos por eso, algunos se casan y lo lamentan, otros maduramos y nos salvamos). La coqueta tiene otro prete, mejor en money, esgrima y charmé, así es que nuestro joven anda melancólico y pesaroso. La oportunidad de probarle que su amor es verdadero, llega cuando cae una estrella fugaz al otro lado del Muro. Nuestro heroico joven promete traerla, para que la bella vea cuán grande es su amor y se case con él. La bella, calculadora y maquiavélica como el común de su raza, está un poquito bebida de más por la champaña, además que considera tal empresa como un imposible, y además se encuentra halagada, y se compromete al pacto. El chico marcha entonces al otro lado... O trata de hacerlo, pero fracasa. Ha llegado el tiempo de hablar con papá, el hombre que estuvo del otro lado hace la friolera de años, y que le presenta un curioso secreto: la madre del chico está al otro lado del Muro, y debe usar, para verla, una vela de Babilonia. El chico la enciende, pero algo sale mal. Algo sale muy mal. Porque en vez de terminar al lado de su madre, termina al lado... ¡Justamente! De la estrella fugaz. Que por cierto, no es un pedazo de roca, sino que es bonita y tiene formas envidiables. Llevarla entonces de regreso al hogar sería cosa de niños. De no ser porque no sabe hacia dónde se encuentra el hogar. Y de no ser por algunos príncipes que, pues bien, quieren la estrella para decidir un pequeñísimo litigio de sucesión real (asesinatos de por medio, nada que no hayamos leído en los textos de Historia Clásica). O por una bruja que anda dando vueltas, y que en plan sacerdote azteca, le quiere arrancar el corazón a la estrella para fabricarse una loción rejuvenedora... Y llevamos apenas la primera media hora de peli.

EL ESPÍRITU DE LOS TIEMPOS.

Neil Gaiman, hombre de conocido prestigio entre esa gente "quiero leer literatura y no puedo" que son los lectores de cómics, publicó en 1998 una novela dizque-steampunk-victorianroman, llamada "Stardust". Para que vean que hasta los dibujantes de monitos son, a las últimas, novelistas frustrados. Sobre el material original no nos pronunciamos (no lo hemos leído), pero calzó bien con la Weltanschauung de la época (romanticismo, steampunk, recuperación de la Inglaterra victoriana), ávida en ese tiempo de cosas con "Wild Wild West", "La Liga de los Caballeros Extraordinarios", etcétera. De manera que vendió los derechos a Miramax. Pero como grande es Alá y Mahoma es su Profeta, no fueron esos paganos infieles destripahistorias quienes se llevaron el palo al agua, sus derechos caducaron sin haber realizado la peli, y Neil Gaiman se resistió a venderlos de nuevo. De manera que los regaló. Sí, los regaló... Le dio la opción por cero dólares a un novel director llamado Matthew Vaughn, que venía de rodar una peli con un por entonces desconocidísimo Daniel Craig ("Crimen organizado"). Un conjunto de decisiones de lo más acertadas, si me preguntan. Porque con un estudio comprensivo y amigable como Paramount, pudieron desarrollar el proyecto más o menos como debería ser.

¿POR QUÉ VERLA?

-- Es un verdadero romance victoriano, actualizado y puesto en pantalla. Por supuesto, para los que viven sin enterarse de nada, "romance" en este caso no significa ñaruñaru entre chico y chica (aunque con el tiempo devino en ese sentido, por el abuso de la temática, claro está), sino a la derivación del término "roman" ("novela"), y que se utiliza para referirse en particular a cierto tipo de producción novelesca anglosajona, usualmente de corte fantástico o cienciaficcionístico. Esta historia podría sobradamente haber sido escrita por un verdadero escritor victoriano tardío, quizás eduardiano, en la mejor tradición de un Arthur Machen o un Lord Dunsany (si no saben quienes son, vayan a sus libros, ¡y lean, caramba!, que no todo es manga y "Mátrix", demonios). La peli entera tiene ese feeling anglosajón de mezclar adecuadamente reinos fantásticos, fenómenos astronómicos, brujas, campiñas y más campiñas... Y sin caer en lo tolkiniano, gracias a Dios ("El Señor de los Anillos" era algo grande, pero por Bastet que han abusado después del concepto). Podría colocar perfectamente este volumen al lado de los grandes victorianos (Sherlock Holmes, Peter Pan, el País del Yann), y no desentonaría en lo absoluto.

-- La peli tiene también, considerando que es "una peli de fantasía", un sentido del humor macabro y del morbo bastante subido. Ver a los hermanos disputándose la corona es una gozada. La bruja Lamia es mala, pero de verdad mala, de Malleus Maleficarum para arriba. Hay su cuota de violencia (sacrificio de animales incluido). Y hay sexo. Bueh, no sexo explícito, pero tampoco se le quita el condón al miembro: si los personajes se enamoran, deben terminar encamados, caramba, que esto no es una Disney. Y ya no hablemos de alguna secuencia de trasvestismo que anda dando vueltas por ahí... No diré cual, pero la hay.

-- Las actuaciones son impecables. Claire Danes, actriz que a finales de los '90s iba de dulce, y se ha ido perdiendo con el paso del tiempo, ha arribado por fin al papel que la va a inmortalizar (¿alguien recuerda hoy por hoy que actuó en "Mujercitas", "Romeo y Julieta", "Patrulla Juvenil", "Terminator 3"...?), y si eso no pasa, es que la Civilización Occidental en su conjunto se merece un destino spengleriano. Charlie Cox, actor al que conocíamos en el patio de su casa y poco más, está también en su punto como el prota masculino. Michelle Pfeiffer, por su parte, como la bruja Lamia, regresa en toda gloria y esplendor, con un papel que se cachondea visiblemente de que ya está vieja para los estándares de Hollywood... Y a sus 49 está mucho más estupenda que sus contemporáneas Madonna o Sharon Stone, y se come con zapatos a pedazos de carne y siliconas como Jessicas o Hillarys. ¡Ah! Y también, aparte de su encanto y charmé, actúa. Robert De Niro, por su parte, hace una aparición casi de cortesía, e incluso, algo que no ha hecho en años... ¡se esfuerza en actuar! Y por momentos, hasta vemos al Capitán Shakespeare, en vez de ver a Robert De Niro haciendo de Capitán Shakespeare. (Sí, el personaje se llama "Shakespeare", como el dramaturgo, ¿qué pasa con eso?). A sus senectos años, por su parte, Peter O'Toole es convocado otra vez como rey muriéndose (fue Príamo en la nefasta "Troya" de Wolfgang Petersen, y 45 años atrás fue el prota de "Lawrence de Arabia", así nos cambia la vida...). Por parte de Sienna Miller, es la primera vez que la vemos actuar en la platea de Cine 9009, y francamente no lo hace mal... aunque como hace de coqueta, vamos a ver si de verdad es actuación o se interpretó a sí misma. Mención especial para Rupert Everett, como siempre, y también para Sarah Alexander, en un rol de apoyo como una de las brujas viejas, lo que habla más que bien de esta chica, de juveniles treinta y... Bueno, no entremos en detalles, pero que es la chica bonita rubia de la sitcom británica "Coupling", y que aquí se afeó de manera muy profesional, hasta hacerse irreconocible.

-- Se supone que de una película tan magnífica como ésta, debería mencionar más de algún gran momento. Pero es que no puedo. Me cuesta elegir. Todas las secuencias son simplemente brillantes. A ratos la peli se pone parsimoniosa y pareciera que va a perder el ritmo, y de hecho la parte del barco cazanubes decae un poco, pero la pura imaginería visual compensa cualquier cosa. Si tuviera que elegir mi secuencia favorita de esta peli, diría que es una sola... ¡y dura dos horas de proyección! (¿de cuántas pelis pueden ustedes decir lo mismo?).

IDEAL PARA: Ver una historia de amor y aventuras como las de siempre, como las de toda la vida, como las que todos aquellos quienes amamos el cine y la literatura aprendimos a querer junto con la leche materna.

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